¿Cuándo fue la última vez amigo lector que le pusieron un espejo detrás de la nuca? O más bien, ¿desde cuándo no se monta en una silla de afeitar que tenía un caballo blanco al frente? ¿Me fui muy lejos? No se me ponga nostálgico y guarde las lágrimas para el final. Antes de que las barberías se transformaran en peluquerías o salones unisex, más o menos a finales de la década de los 80 del año 1900, las barberías eran lugares donde acudían los hombres a cortarse el pelo o rasurarse la barba, que funcionaban mas como centros sociales que como barberías, porque en ellas se podía hablar de temas propios de señores de pelo en pecho, es decir, deportes, música, carros, política, mecánica, licores, borracheras y de mujeres muy especialmente, el objeto más preciado y sublime de la creación. Ojala que lea esto Carmencita. Con la llegada de inmigrantes italianos después de la segunda guerra mundial, el oficio de barbero en Venezuela fue tomado casi que por asalto por los italianos, desplazando de cierta manera al barbero del corte de totuma, como cariñosamente les decían a los criollos que ejercían tan viejo oficio. En esa oleada llegaron a Turmero varios barberos, entre ellos Donato Buccella en 1950. Venia de Caracas donde había llegado un año antes a trabajar en un aserradero. Allí estuvo durante un año hasta que reunió el dinero suficiente para comprar su primera silla de barbero y mudarse para Turmero, seguramente aconsejado por algunos paisanos que veían en Turmero una buena oportunidad para establecer un negocio prospero. De las penurias y sacrificios que significo reunir ese dinero, enviar la remesa a su familia y convivir en un país extraño, hoy pueden dar fe los millones de venezolanos que han tenido que emigrar de manera azarosa e indigna en procura de pan tierra y trabajo, curiosamente lo que este país ofrecía a los extranjeros que quisieran venir para acá, extraña paradoja que no deja de sorprendernos amigo lector, pero que en algún momento estos gobernantes tendrán que rendirle cuentas al pueblo o este reclamarle los motivos por los que llevaron a la ruina a uno de los países más ricos del continente. Pero sigamos con este cuento porque el otro me sube la presión y los antihipertensivos están escasos y caros. Que se lo digo yo. Donato llego solo, con una maleta casi vacía y sin saber a dónde iba. Dejaba atrás a su mujer, 5 hijos y una promesa: traerlos lo más pronto posible. Unos años después llego uno de sus hijos, de manera que la soledad ya no fue tan grande, pero tuvieron que pasar 11 largos años hasta que en 1960 pudo traer al resto de su familia, bueno casi todos, porque dos de ellos se quedaron en Italia. Habían crecido tanto y pasado tanto tiempo que ya eran adultos que habían tomado sus propias decisiones. “Tú que saliste una mañana sin saber a dónde ibas, un nombre una dirección, un barco para América, cerrado en un abrigo un beso para María. Tu que dejaste todo aquello, pensando que solo era un sueño, y una lágrima en el rostro de quien te quiso tanto, una maleta casi vacía, al igual que muchos tu también partías. Y ese momento que tu nunca olvidaras. Tú que te fuiste con el viento casi muriéndote por dentro, pero sin poder soltar una sola lágrima, viendo desaparecer las manos saludándote, tú que tanto trabajaste y pocas veces descansaste, años de tu vida soñando en regresar mientras se marchita la flor en el ojal. (Extranjero, Franco de Vita) Y es que migrar es una decisión muy compleja amigo lector, que trae consigo soluciones, pero también consecuencias, entre ellas la desintegración de la familia, que para la mayoría de los seres humanos es como si nos arrancaran el corazón de un solo tajo y nos dejaran vivos para sufrir en vida la pena de no volver a verlos. Cuando Donato llego a Turmero, empezó a trabajar en compañía de otros italianos que se dedicaban también a la barbería, entre ellos el recordado Pepino, Giuseppe Puzzi y su hermano Torcuato, quienes trabajaron juntos en varios lugares del pueblo, hasta que en 1958 Donato se establece definitivamente en el edificio Lozano frente a la plaza, al lado de la famosa Heladería Suramérica, regentada por Stefano y Armando, otros italianos que servían unos helados riquísimos que hacían en el momento y que nos daban a probar mientras se elaboraban. Cuando en 1960 llego el resto de la familia, se incorpora al staff de la barbería su quinto y último hijo llamado Quintino, de ahí su nombre, que llego a Turmero con apenas 13 años de edad y que desde entonces ha afeitado de manera ininterrumpida durante 58 años a turmereños y no turmereños hasta el sol de hoy. Se caso con su alma gemela en 1975, Marilú Rodríguez, una de las turmereñas más hermosas de la época con quien tuvo dos hijos, herederos de una tradición que ya arriba a los 70 años. Casi al lado de la barbería de los Buccella había otra atendida por Ettore (Héctor) Borghesse y por Zopito Di Pietro, y otra más por la calle Bolívar al lado de la Farmacia Turmero, la Barbería Roma, donde trabajaron los hermanos Puzzi, entre otros. En 1974 Ettore Borghese decide retornar a Italia y le deja la barbería a Zopito quien la muda unos metros más hacia el norte, casi al frente del Banco de Venezuela cuando este estaba ubicado en la calle Petion. Allí trabajo durante 20 años. Luego en 1994 se muda para la calle Sucre, en el edificio Freire, su ubicación actual. Desde allí ha trabajado y sobrevivido al tiempo y sus vaivenes, oficio que comparte ahora con su hijo Fred, tercera generación de una familia que llego en 1951 siguiendo la huella de Tomasso Di Pietro, el padre de Zopito, quien primero llego a la Colonia Agrícola de Guayabita en 1950 desde Abruzzo, provincia de Pescara, a cultivar cítricos, trabajar la tierra, esperar a su mujer e hijos y dedicarse a formar una familia de bien en un país muy distinto al suyo, pero que los acogió y les brindo las oportunidades que la guerra les había arrebatado en su Italia natal. Lo cierto es que aquellos establecimientos olían a alcoholado glacial, tenían autoclave para esterilizar toallas, brocha de pelos de camello, taza de espuma de afeitar y, por supuesto, no podía faltar la navaja alemana de acero inoxidable marca Solingen que amolaban en unas tiras de cuero que colgaban de las sillas. Las tijeras iban y venían entre frascos de loción after shave, loción de Quina marca Doncel, el Tricófero de Barry y demás tónicos capilares, como el famoso “Fórmula 33 con Estronol”, que prometía frondosas cabelleras donde no había sino piel lustrosa, los cuales se rociaban con unas curiosas bombitas metálicas con pera de goma, además de los perfumes muy varoniles de Pino Silvestre y Brutt que ofrecían para la venta. ¿Y las brillantinas? En los años 50 y 60 del año 1900, causaba furor entre las muchachas el look de cabellera abrillantada, impuesto por artistas como Elvis Presley, que por cierto los argentinos se atribuyen el invento de la brillantina; la primera sería la gomina Brancato. Luego se popularizarían marcas como Glostora, que era brillantina líquida y posteriormente Brylcreem, la gomina favorita del doctor Rafael Caldera, además de las marcas Yardley, Atkinson y la popular Palmolive. Sí amigo lector, han cambiado muchas cosas en las barberías de hoy en día: en vez de tijeras ahora hay maquinillas para el corte tipo platabanda, se usa gel para fijar o moco de gorila y se escucha reggaetón en lugar de Tom Jones o Julio Iglesias. Lo único que se mantiene inalterable es que en ellas aún es posible seguir practicando el deporte favorito de los venezolanos: hablar mal del gobierno. Quintino y Zopito, son probablemente los herederos y últimos representantes de una generación de barberos ítalo turmereños que muestran con orgullo tanto su origen como su oficio, que no han cambiado en nada la manera de ejercerlo, a pesar de las fuertes influencias de modas o falsos paradigmas que atentan contra la naturaleza del oficio; más bien se han transformado en iconos de costumbres y tradiciones de una sociedad de frágil memoria y débil conexión con sus raíces e identidad. “Al norte del sur donde crece la esperanza de todos aquellos que vinieron de tan lejos. Al norte del sur, las puertas siempre abiertas sin miedo. Con un corazón tan grande y una vida por delante para vivir. No lo dejes morir. No lo dejes morir. Porque un cielo como este una tierra como esta, jamás nos la regalarán. Porque un cielo como este una tierra como esta, muchos la bendecirán”. (Franco de Vita, cantautor ítalo venezolano, hijo de italianos dueños de tintorería)
Alfredo Iannace
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